Es bien conocido por todos el boom existente sobre la eficiencia energética en la actualidad, nos rodea por todos los lados, cada día salen al mercado nuevos productos que garantizan la reducción del consumo eléctrico, se publican nuevas leyes y normativas sobre políticas de eficiencia energética. Sin embargo, nos llega demasiada información que realmente no preguntamos, ¿servirá de algo? ¿Si lo compro reduciré el consumo energético? ¿Cómo funciona realmente? ¿Cómo puedo aplicarlo a mi negocio o a mi vivienda?
Cada inmueble tiene sus propias características, por ello tiene unas necesidades y unos gastos diferentes. Por lo que, para asesorar correctamente inicialmente se debe clasificar correctamente el espacio: industrial, servicios, residencial... Y a partir de ahí analizar los diferentes orígenes de gasto energético: iluminación, calefacción, refrigeración, equipos, transporte... cuantificar los aparatos instalados, realizar medición de consumos, estudiar las diferentes facturas... Resulta ser un trabajo duro y detallado, pero un buen análisis de las instalaciones se traduce en un buen asesoramiento acorde a las especificaciones particulares de cada caso.
Es importante que los propios usuarios de los inmuebles expliquen sus propios hábitos de uso de las instalaciones: encendidos, apagados, programaciones, costumbres... puesto que casi siempre ciertos cambios sencillos de éstas prácticas básicas se traducen en pequeñas reducciones del consumo energético diario. Dependiendo de los casos pueden resultar inapreciables estas reducciones, pero siempre hay que tener en mente: "por que voy a gastar más si por el mismo beneficio puedo reducir mi consumo".
Tras el trabajo de campo, y el posterior análisis de los datos tomados, lo más importante es informar al cliente del consumo de todas las instalaciones estudiadas, indicar dónde se consume y detallar los puntos potenciales de mejora. Una valoración de las propuestas de mejora siempre ayuda a la correcta toma de decisiones.
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